La semana pasada, estuve en mi lecho de muerte. No solo porque paraba recostada de una cama en otra (no malentiendan, yo visito a mi tia, suelo echarme en su cama y en la de mi prima) si no porque el primer dia de mi gripe, un dolor de cuerpo se apoderó dentro de mi. Simplemente ya no queria caminar. Pensaba seriamente en arrastrarme por la calle hasta llegar a mi casa. Pero, suponiendo que quedo embarazada joven y tengo a mi hijo (a) y me tengo que quedar en este pueblito, no me gustaria que le dijeran que su madre se arrastraba por el suelo (literalmente). Así que con mucho valor decidí caminar la cuadra y media para llegar a mi casa. ¿El resultado? Un desastre, cuando llegué simplemente ya no podia pararme.
Al dia siguiente, fui al colegio. Recibí el sermón de la estupida secretaria, que a las finales no le importaba si me desmayaba en su escritorio, apuesto a que ella seguiria escuchando a Sibone. Todo el interés que yo le ponía al estornudar, se iban con su rostro vano. Le importaba un carajo mi enfermedad. Fui a mi casa. Esa noche, caí.
No solo caí en depresión, si no que quede tumbada, postrada y sin almohada en mi cama. Era mi destino final. Morir de gripe. El tercer día, no fue menos importante. Mi humor, personalidad, dignidad, mi nariz y mis ojos, estaban rojos. Rojos de perder todo lo que poseía. Todo me valía una mierda. No quería existir.
Sin embargo,el cuarto día, me alegro la risa de José, fue tan emocionante. Creo que sintió pena al ver este pobre rostro sin depilación de cejas (¿les comenté que mi tía me dijo que parecía hombre porque no me arreglo y ni mucho menos me depilo las cejas?), el solo me sonrió y los dos nos reímos juntos.
El quinto día, fue menos doloroso debido a las pastillas que tomaba. Y ahora, estoy aquí. Presente, para dar mi testimonio de vida. Por la gripe, por la vida y por la sonrisa de José. Pero no despreciemos las pastillas. Esa fue la gripe de mi vida.
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